Si alguien hubiera dicho a finales de los años ochenta que un adolescente alemán llegaría a desafiar al gobierno de los Estados Unidos, a las corporaciones de Hollywood y al orden establecido de la propiedad intelectual global, probablemente lo habrían tomado por loco.
Y, sin embargo, allí estaba él, Kim Dotcom, un chico que construyó su reino sobre el frágil cimiento de la piratería y la opulencia, para luego ver su imperio derrumbarse..